Teoría del sombrero
Arturo Pérez-Reverte es un periodista y escritor español
-nacido en Cartagena- a quien
admiro muchísimo y a quien leo cada vez que puedo. Fue corresponsal de guerra durante muchos
años, ha escrito infinidad de artículos, notas y reportajes, y también, con
mucho éxito, más de treinta novelas.
Además, es miembro de la Real Academia Española.
En
estos días leí una nota suya muy simpática que se publicó hace algunas semanas en La Nación, Teoría del sombrero, donde reflexiona
acerca del uso -y desuso- de esa prenda (o quizás, más que prenda, accesorio), que nos era tan familliar en
nuestra infancia y que casi ha desaparecido ya.
Luego
de repasar someramente las características de los principales modelos de
sombreros, Pérez-Reverte explica que hay todo un código de normas respecto al
correcto uso del sombrero, y dice lo siguiente:
Mientras que una señora no ha de quitarse el sombrero
casi nunca, los varones sí deben hacerlo. Eso es lo que marca la diferencia
entre un usuario habitual y un aficionado o alguien con mala educación. En
cuanto a lugares, hay una regla básica: quitárselo siempre bajo techo, sobre
todo en iglesias y lugares o momentos de respeto, excepto en eventos
deportivos, transportes, ascensores y edificios públicos como aeropuertos,
estaciones de ferrocarril y grandes galerías comerciales. En cuanto al saludo
a otras personas, la tradición exige quitárselo al saludar a una señora, a un
amigo muy apreciado o a una persona mayor. Para pedir disculpas, agradecer
algo o saludar al paso de un conocido, un ademán adecuado -que observé a menudo en mi padre y mi
abuelo- puede ser tocarse con el pulgar
y el índice el ala del sombrero.
Mis
recuerdos -y algunas fotos- me dicen que
los tíos Sbarra eran de usar sombrero; no siempre, pero sí en determinadas
ocasiones. Tengo algún recuerdo de Noel
con sombrero, de Mariano -siempre
impecable, con esa elegancia fina y clásica que lo distinguía-, y también de Roberto, quien con su pinta de
galán cinematográfico podía llevar con gracia cualquier cosa que se pusiera o
se calzara.
Prueba de ello es la imagen en Mar del Plata, paseando por la Rambla con sus
padres y sus hermanas, donde destila elegancia por donde se lo mire. Desde el traje claro con chaleco, los pantalones
anchos con la botamanga cubriéndole casi totalmente los zapatos, aunque -esto es fundamental- sin rozar el piso; hasta su sonrisa, esa
sonrisa matadora que hacía estragos entre las damas de la época. Y, por supuesto, el sombrero de fieltro
levemente ladeado, porque en cuestiones de estilo la simetría no existe...
...o aquella
otra en Punta Lara, en 1937, donde aparece con una gorrita blanca de playa que
apenas le calza en la cabeza porque es notablemente chica. Sin embargo, con esa imagen juvenil y traviesa
-casi aniñada- seguramente debe haber generado tantos
suspiros como con el impecable traje gris de la foto anterior:
Y como
buen vasco, a veces Roberto también usaba boina, y así lo vemos en el Estadio
Santiago Bernabeu en Madrid:
...en el Estadio San Siro, en Milán, pisando la nieve:
...y en
París, con la Torre Eiffel envuelta en niebla a sus espaldas. Las tres son de 1958:
También
con boina -pero sin fotos- lo recuerdo vagamente a Delfor, quizás en la
querida quinta de San Miguel, trabajando en el jardín, o andando a caballo en
el campo.
Y hay
una imagen entrañable de la gira de Estudiantes a Brasil en 1936 -de la que participaron los tres hermanos-, con
todo el plantel posando en el barco (porque entonces se viajaba en barco, por
supuesto...). Están todos los jugadores
con traje y corbata o moño, y Delfor sostiene en sus manos un elegante panamá
blanco.
Papá,
en cambio, no usaba habitualmente sombrero.
Sin embargo, hay una reliquia fotográfica donde aparece la
familia Randrup completa, en la que todos, sin excepción, están con sombreros:
También
entre el primaje tenemos algunos casos que vale la pena repasar. Por ejemplo, el recuerdo de la llegada de
Willie a Ezeiza en 1971, luego de su aventura europea, donde luce un imponente
sombrero de ala ancha azul eléctrico, muy a tono con su traje de pana del
mismo color. Los ’60 habían pegado
fuerte y el pibe volvió de Londres con toda la onda hippie encima:
Y
también hay otra, memorable, de cuando participó como extra, aquí en La Plata,
en la filmación de 7 años en el Tibet, junto con Mora. Se comenta que Brad Pitt, el protagonista, lo
miraba con envidia por cómo le quedaba el traje marrón:
También
Daniel ha incursionado en el uso del sombrero para algunos de sus trabajos con
Virus, y le quedaba perfecto:
Por su
parte, Eddy también tiene lo suyo, con diferentes modelos según el lugar y la
ocasión:
Los
Montequín en pleno alguna vez cubrieron sus cabezas en La Alhambra para una
imagen inolvidable:
Y
también lo hizo el primaje para algún fin de año no muy lejano:
Y como
yo no quiero ser menos que nadie, tengo por mi lado mi propia colección de
sombreros y cubrecabezas:
En
fin, con sombrero, boina, gorro, chambergo, casco, bonete, galera o bombín, hasta acá llegamos...
Dejémosle el
cierre al amigo Pérez-Reverte, para que nos cuente qué pasa -o mejor, qué debe pasar (y qué no)- cuando nos quitamos el sombrero:
Pero es al descubrirte cuando te juegas el prestigio
de usuario. (...) Fieltro o panamá, el
sombrero debe tenerse en las manos sostenido por un ala o dejarlo en el
guardarropa, colgarlo en el lugar idóneo e incluso, si no hay otro sitio en un
bar o restaurante (toque de estilo donde se la juega un profesional del asunto),
ponerlo con toda naturalidad bajo la silla, vuelto hacia arriba con la copa
apoyada en el suelo si está razonablemente limpio. En realidad, y esto también lo decía mi
abuelo, que los usó toda su vida -mi
padre sólo hasta principios de los años 70-, lo importante de un sombrero no es
tanto llevarlo en la cabeza como saber cuándo quitártelo y qué hacer con él si
te lo quitas. Un sombrero es todo un ritual. Casi una liturgia. Y de ahí su
encanto.
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